miércoles, 6 de febrero de 2013

MAGDALENA GUERRERO MARTINEZ


Violencia es el silencio

Por Magdalena Guerrero Martínez



A las mujeres que no saben escribir.
A las mujeres que sabiendo escribir, no se deciden a hacerlo.
A las que sabiendo escribir y escribiendo, esconden sus escritos por años y aun toda la vida.


En este espacio en el que tengo el privilegio de tener la palabra, me referiré en aparente contradicción, al silencio. Lo haré tratando de plantear que el silencio puede ser y de hecho es muchas veces una forma soterrada de violencia. Esta modalidad tiene un interés especial para mí porque forma parte de mi experiencia y también porque si el silencio puede ser en sí mismo una forma de violencia, el silencio silenciado es una forma de violencia extrema, en particular, por su carácter de inadvertido, pues omitido suele ser el silencio que es contraparte de los gritos con que nos han tratado a las mujeres, o de la callada indiferencia con que suele responderse a nuestro hacer. Ocioso es referir que el silencio indiferente entraña un brutal no existes para mi.

Acoto que por silencio entenderé no la imposibilidad de emitir sonidos, sino la imposibilidad de expresar una voz propia. De hecho, el silencio en sí es una postura epistemológica respecto del origen del conocimiento (quiero decir que se asume la creencia de que el conocimiento sólo lo tienen y lo producen otros). Es una postura epistemológica del criterio de verdad que se reconoce (quiero decir que se acepta que sólo lo que dicen los otros es cierto o tiene valor). Es una postura epistemológica de los valores morales que se ostentan (quiero decir que se cree que lo bueno es solo lo que los demás aprueban). La silenciosa ha aprendido hasta los huesos sobre sus no derechos, sobre el respeto exclusivo a los derechos ajenos, sobre el hecho cotidiano de que el respeto exclusivo al derecho ajeno a la palabra, es la paz.

En mi caso particular, me formé con la creencia introyectada del deber de no tener opiniones. Uno de sus consecuentes fue no poder expresarlas cuando la oportunidad se presentaba. El tartamudeo y el dejar las palabras en la punta de la lengua formaron parte de mi infancia, juventud y aún de momentos de mi edad madura. Esa creencia me fue inoculada a través de un trato quizás impensado pero permanente que reflejaba las costumbres propias para niñas y mujeres en la cotidianidad de mi infancia provinciana. El calladita te ves más bonita formó parte de mi feminidad …y de mi tristeza.

Según recuerdo, aprendí a escribir no a los seis años, sino alrededor de los veinte, edad cuando pude por fin empezar a esbozar lo que sentía y lo comencé a hacer en rudimentarios escritos que soñaba con que fueran poemas. Pero esta expresión era apenas el deletreo, aún me faltaba el tiempo de la universidad que sorprendentemente me constriñó a seguir repitiendo lo que libros y maestros exponían, o a expresarme exclusivamente entre las rígidas cortinas de las formalidades académicas exigidas.

Fue hasta que me distancié de lo que viví como tapabocas universitarios, que pude acercarme a mi propia voz y fue a través de la poesía. A la poesía le correspondió darme permiso de decir, y por lo tanto, de ser por vez primera. Le correspondió enseñarme que era posible escribir del sentimiento, de la pasión, y que era válido conmoverse con lo que se leía y escribía. También me mostró mi voz en otras voces que quien sabe por arte de que magia, hablaron antes que yo de mis propios sentimientos, y además lo hicieron de forma sorprendentemente hermosa. La poesía me enseñó que era factible referirse a lo vedado y con ella encontré el respeto a los tiempos propios.

Cuando empecé a escribir, comencé a pensar. Cuando dejé salir mi voz, inicié mi reconstrucción sobre los escombros que me dejó el silencio. Nombrar y renombrar, descubrirme, fundarme, ha sido desde entonces una tarea amada. A partir de ahí tengo la convicción de que no escucharse a sí misma es violencia aprendida y asumida; de que ser solo voz repetidora es violencia aprendida y asumida; de que no tener alternativas de expresividad con y sin alfabeto es violencia aprendida y asumida.

Por lo anterior y más es que estoy aquí y lo agradezco, porque este es un espacio para el decir, para la poesía, para la poesía de las mujeres. Espacios como estos los entiendo como posturas en pro de la no violencia, y en específico, de la no violencia 
contra las mujeres.

Muchas gracias por atender a mi voz.



Magdalena Guerrero Martínez
Miacatlán, Morelos. Noviembre 5, 2012.


PONENCIA LEIDA EL XX ENCUENTRO INTERNACIONAL DE MUJERES POETAS. NOVIEMBE 2012

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